LAS TRAMPAS DEL LENGUAJE

Dr. Renny Yagosesky

Se ha dicho, repetidamente, que los seres humanos somos seres lingüísticos; que nos servimos de los recursos del lenguaje para describir y también para crear nuestra realidad. Siendo así, vivimos en el lenguaje, asignamos significados a las cosas, a los eventos y a las experiencias. Frases como: “te lo prometo”, “ya no te amo”, “estoy enferma” o los declaro marido y mujer” pueden tener un alto impacto en quienes las escuchan y estimular en ellos cierto tipo de ideas, emociones y acciones. Nadie en la dinámica social parece escapar de esta realidad.

De hecho, desde las perspectivas de la psicología y de la neurociencia, se estima que lo que pensamos y decimos acerca de nosotros, del mundo y de la vida, configura la manera como nos sentimos, lo que hacemos, así como los resultados que obtenemos. Ya sea que lo veamos desde la PNL, la Ontología del Lenguaje, el Interaccionismo Simbólico, la Teoría del Construccionismo Social o cualquier otra teoría paradigma o disciplina que se base en el lenguaje, el punto clave es que somos sujetos interpretativos, capaces de crear significados para darle sentido a nuestra vida. Muchos no captan claramente esta situación y, con frecuencia, toman las palabras como estas fuesen hechos reales, y terminan confundiendo el mapa con el territorio, como señaló en su oportunidad, el científico y filósofo polaco-estadounidense Alfred Korzybski.

En la dinámica cotidiana, he leído recomendaciones acerca de lo inadecuado de usar ciertas palabras, porque, supuestamente, podríamos resultar condicionados negativamente por lo dicho. Es el caso de las críticas hacia la expresión “poco a poco”, la cual sería inconveniente porque motoriza la “mentalidad de escasez.”

Lo primero que me gustaría decir para ampliar la comprensión sobre este tópico, es que las palabras son metáforas, “herramientas” que usamos para representar nuestra experiencia o la percepción que nos hacemos de la realidad. La palabra no es idéntica a la realidad.” Lo que hay en la mente de las personas, no es espejo de lo que ocurre en el mundo. En palabras de Kant: La experiencia nos da solo apariencias de las cosas. Por otra parte, las palabras en sí mismas carecen de significado exclusivo. Más bien su significado es relativo y contextual, como se ha señalado en la teoría del interaccionismo simbólico, según la cual nos vinculamos desde un código interpretativo que depende de la perspectiva de los dialogantes. La palabra “mono”, puede significar animal, deuda, gracioso, chusma, negro, pantallero o uno, dependiendo del contexto en el que sea expresada. Las palabras tienen significado, es en razón de las interpretaciones o cargas culturales y experienciales que comparten las personas en ciertos y determinados contextos. Así, lo que para unos es intrascendente y lúdico, para otros es incomprensible, ofensivo o inmoral.

Veamos otro ejemplo: Cuando un hombre dice “esa mujer es un ángel,” no significa que ella realmente lo sea. Es solo una manera de expresar su admiración o impacto al verla. Un modo de referirse a su dulzura o su belleza. No se trata de que ella sea en realidad un ángel. Piensen cuando entre amigos se llaman “perro” o “rata”, de manera jocosa e integrativa y para nada de forma peyorativa. En su libro “El Yo Saturado”, Keneth Gergen postula que las palabras no son más que “objetos” que usamos para entendernos, cuyo significado solo encuentra sentido en el contexto vivencial y relacional en el que aparecen. Asimismo, para Paul Ricoeur: es el lector o el receptor del mensaje, quien en realidad elabora las connotaciones y crea el sentido. Y para Wittgenstein: “el significado de una expresión es dado por su uso efectivo en el lenguaje cotidiano”.

Es por eso, que una palabra que viene cargada de emociones aquí, en otro lugar no tiene ningún impacto y queda vacía. “Lo que significa “ser venezolano”, solo lo comprende y lo “siente” un venezolano. De modo que las palabras solo representan lo que cada uno lleva en su mente por asociación cultural y vivencial. Cuando alguien dice “ahí vamos pasito a pasito” no se supone que deba decir pasote a pasote para darle más vida o poder a la frase. Lo que intenta decir es que el esfuerzo que hace es gradual. Igual sucede con la expresión “poco a poco” que es tomada como emblema de un supuesto condicionamiento asociable con mentalidad de pobreza.

En realidad, podría asociarse con perseverancia. De hecho, una de las filosofías más famosas del mundo: la filosofía japonesa Kaizen usada mucho en la gerencia, se refiere a “cambio pequeño sostenido”. Cuando una madre le dice a su hijo: “por favor hijo deja el apuro, lleva la vida POCO A POCO, no abriga la intención de limitarlo o de sembrarle una mentalidad escasez. Lo que intenta es ayudarle a entender que cada edad tiene su propia manera de ser vivida y que debe tomar ciertas precauciones para no errar. Nada que ver con el cuento prejuicioso de lo “escaso”. Se refiere es a paciencia y no a pobreza.

Un detalle interesante, es que, desde la perspectiva de la Neurociencia, el cerebro colabora más con el cambio pequeño (poco a poco), que con el cambio grande. Es un modo de engañar a los sistemas de defensa, cuando intentamos crear una transformación personal. Es igual al caso en el cual, en lugar de decir “mi esposa”, se dice “mi pareja” o “mi mujer”. Para algunos, se trata de una reducción o una denigración del valor social de la mujer. Nada más falso que eso. Se entiende a la luz de lo que se ha explicado, que el término va asociado con los estados internos y experiencias de cada pareja, con sus acuerdos y códigos que son particulares y privados y no universales. No todas las parejas, familias o sociedades se expresan del mismo modo.

De forma que pretender juzgar mi experiencia por la tuya y mis valores desde los tuyos, es desajustado, inapropiado, limitante e injusto. No aplica. En descargo de los que apoyan la idea de la influencia directa de las palabras, podemos referirnos a las investigaciones de Waldman y Newberg sobre el impacto del “no” en el cerebro límbico (zona de la regulación emocional en el cerebro) de las personas. Estos casos parecen favorecer esa hipótesis de los efectos de las palabras en las personas. Los mencionados científicos afirman que al escuchar una frase que comienza con un “no”, se produce una activación del cerebro emocional y un aumento en la secreción de cortisol” conocida como la hormona del estrés.

Mi argumento es que, más que la palabra “No” en sí misma, la reacción de alteración que se experimenta, se debe a las experiencias previas que tenemos con esa palabra, pues se calcula que antes de lo ocho años, un niño ha escuchado más de 100.000 veces ese término limitante y bloqueador en sus entornos de crianza y socialización. Tenemos impronta, estamos marcados somáticamente como diría Antonio Damasio, con los dolores del “no”. Pero el agente causal no es la palabra, sino la vivencia asociativa y sufriente.

En resumen: Las palabras no tienen valor literal sino metafórico o simbólico, y toman sus significados, en razón del contexto donde se aplican, de las vivencias previas y las intenciones que las acompañan en los actos relacionales. Siendo así, los “no”, “poco a poco” o “mi mujer”, de los ejemplos, deben dejar de verse como detonadores, pues es un error asignarles significados literales a términos que encajan en lo representacional, circunstancial y metafórico o figurativo. Gracias por leerme.

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