Los seres humanos vivimos en un mundo de relaciones permanentes. Funcionamos a través de reglas y normas socialmente establecidas y en contextos diversos en los que el vínculo humano es fundamental. La pareja, la familia, el trabajo y la escuela, son algunos de los espacios donde nos desarrollamos como seres sociales.
A pesar de la obvia necesidad que tenemos de convivir armoniosamente para sentirnos bien y para lograr objetivos de beneficio común, resulta preocupante que el mundo se desgasta en una maraña de conflictos que derivan en su alta mayoría de una tendencia actitudinal, una disposición humana y destructiva que impide la integración y sus beneficios: me refiero al egocentrismo.
El egocentrismo es una forma de pensar y vivir, basada en la exaltación de la propia personalidad, la necesidad y búsqueda de ser centro de la atención, que viene acompañada de cierta indiferencia ante los deseos, intereses y necesidades e intereses de los demás.
He desarrollado un modelo de actitudes que nos permiten conocer y comprender la mentalidad egocéntrica, que se caracteriza por cuarto tendencias: el egoísmo, el hedonismo, la arrogancia y la recursividad. El egoísmo es un enfoque exagerado en el yo, el hedonismo prioriza el placer por encima de las metas y los valores. La arrogancia es un falso sentido de superioridad. Y la recursividad es la tendencia a querer darse la razón incluso en contra de las evidencias en contra.
Para el Lama Lobsang Tsultrim, el egocentrismo es la puerta principal hacia todas las insatisfacciones y sufrimientos del ser humano, pues se basa en la autosatisfacción, limita la conciencia e impide alcanzar la evolución espiritual”. Afirma que es como un ladrón que roba nuestras mejores cualidades, como un fantasma que causa aflicción, infelicidad, miedo, orgullo y odio.
El egocéntrico está aferrado al ego, ve la vida de manera parcial y divide todo entre bueno o malo, agradable o desagradable, espera reconocimiento constante y se relaciona con las personas de manera pragmática y utilitaria. Desde esta posición mental es fácil olvidar que todos somos producto de nuestras relaciones con las demás personas; que mucho de lo que sabemos y hacemos lo aprendimos de otros; que lo que comemos o vestimos nos llega a través de manos foráneas; que alguien nos ayudó a hablar, a caminar, a leer, a escribir.
Para superar el egocentrismo, es necesario aprender a observarse y detectar los patrones egoístas que exacerban el “yo” y reducen el “nosotros”; se requiere, además, desarrollar una mentalidad global, holística, bajo la cual todos estamos relacionados y nadie es individual o autosuficiente, pues es realista decir que en alguna medida todos dependemos y aprendemos de todos. Hace falta valorar a los demás, descubrir lo mucho que nos aportan y vivir desde una óptica más humilde. Conviene recordar, como dijo Sai Baba, que con el paso de los años toda la fortaleza de hoy se extinguirá, y llegada la vejez, nos tocará depender de los demás.
También podemos nuestra mente, reeducarla e inculcarle nuevos valores para que, produzca nuevos pensamientos y nuevas emociones. ¿Hasta qué punto vale la pena arrollar a todos para alcanzar una pequeña cuota de placer, poder y prestigio que no durará mucho?
Otro modo de trascender el egocentrismo consiste en expandir nuestros requisitos de inclusión y levantar las barreras que impiden que nos acerquemos a las personas que piensan, sienten o actúan diferente. También podemos recordar los momentos en los que estuvimos mal, enfermos, solos o desempleados, y pensar en lo que otros hicieron para acompañarnos, consolarnos, comprendernos o ayudarnos en distintas formas. Incluso, es posible hacer un inventario de las ventajas o habilidades de los demás, en contraste con nuestros defectos o incapacidades. Así, desplegamos una mirada más equilibrada, humilde y justa que beneficia los vínculos y los hace más espirituales y productivos.
Aclaremos que no se trata de renunciar a nuestra identidad personal o la autenticidad que nos caracteriza. Se trata de ser personas más justas, flexibles y nobles. Sin una adecuada valoración de la pareja, la familia y los amigos, vecinos y compañeros de estudio o trabajo, nuestra vida sería emocionalmente pobre.
Pensemos en estas ideas. Somos gracias a otros, tenemos defectos, necesitamos a los demás y no somos superiores a nadie, sino diferentes. Este nuevo marco de ideas, generará mejores modos de mirar y tratar a nuestros semejantes y pondrá barreras al desbordamiento del egocentrismo. Gracias por leerme.