La adolescencia es una de las épocas más críticas en la vida personal. Es un tiempo de cambios profundos en el cual pueden apreciarse cambios positivos o negativos. La edad de la adolescencia no es fija, ya que los comportamientos de las personas varían de cultura a cultura. En los tiempos modernos el desarrollo sexual y la precocidad intelectual parecen haberse adelantado con respecto a épocas anteriores. Algunos autores la definen como “época de maduración de los cambios iniciados en la pubertad”, y la ubican entre los 13 y los 24 años (incluyendo pre y post adolescencia) aunque los años más huracanados tienden a estar entre 14 y 20.
En este tiempo, la persona experimenta transformaciones físicas y psíquicas que afectan su personalidad: se amplían su percepción, razonamiento y capacidad de acción. Hay contradicciones y enfrentamientos, la energía parece inagotable, las glándulas genitales maduran, hay un descubrimiento del «yo», se tiende a buscar un camino personal, y se experimenta la necesidad de definirse. Es una transición del niño al adulto en la cual padres e hijos se ven sometidos a momentos difíciles.
Los conflictos
¿Y de dónde salen los conflictos entre padres e hijos durante este período tan particular? Probablemente de que los jóvenes necesitan ser ellos mismos, sin perder el cariño y el apoyo paternal. Lamentablemente, los padres temen que sus hijos sufran daños por la inexperiencia y el miedo a no ser respetados, suele hacer que se tornen autoritarios y rígidos.
Un aspecto digno de considerar para poder comprender la conducta adolescente, es la configuración del cerebro juvenil, pues hoy sabemos que la parte del cerebro que regula los comportamientos morales, la reflexión y la prevención de consecuencias, los lóbulos frontales, terminan de desarrollarse entre los después de los 25 años. Esto explicaría las conductas impulsivas de los chicos y chicas, la tendencia a actuar sin pensar y sin considerar los efectos de sus comportamientos. De hecho, estudios de resonancia las resonancias magnéticas por imágenes (RMI) realizadas a adolescentes, muestran una actividad reducida en los lóbulos frontales, muy especialmente cuando ven imágenes de TV y cuando juegan videojuegos.
En este punto, se abre también una brecha ideológica pues la comunicación parece debilitarse, lo que aumenta las presiones, maltratos y diversas formas de manipulación mutua que incluyen silencios, retos, culpabilizaciones, rechazos o burlas. El empeño en que los hijos “hagan caso”, puede generar una guerra en el hogar. Convendría a los padres recordar el lado humano de la relación, y valorar la autonomía de los hijos. Ver, pues, que se trata de otro ser y de otros tiempos.
Según muchos padres, los adolescentes tienden a ser exigentes, despreciativos, irresponsables y desafiantes, se visten como locos, piden de todo, no cesan de hablar por teléfono o de estar en la computadora, no limpian sus cuartos, son escandalosos, mienten, e incluso pueden usar drogas.
En realidad, ambas partes necesitan revisarse y buscar acuerdos, aunque se entiende que la responsabilidad mayor es de los padres por ser ellos quienes decidieron tener hijos y quienes cuentan con mayor experiencia. Lástima que la mayoría de ellos se preocupan poco por entrenarse y aprender a comunicarse mejor y a aprender la psicología de los jóvenes. Eso ayudaría mucho. Los adultos muestran desesperación, autosuficiencia, orgullo, no reconocen sus errores y se resisten a buscar ayuda.
Algunas recomendaciones
Loi y Joel Davitz, estudiosos de este tema, recomiendan una serie de valiosos consejos para que los padres mejoren las relaciones con sus hijos:
1. No se preocupe tanto por el tiempo que su hijo parece perder. Asegúrese que él entienda lo que se espera de él.
2. No compare a su hijo con otros adolescentes, ni con usted mismo cuando era adolescente. Cada quien es cada quien y los tiempos cambian.
3. Deje de regañarlo por cualquier cosa. Concientice aquello que le hace reaccionar así y contrólelo. No siempre lo que le conviene a usted es lo que le conviene a su hijo.
4. Recuerde que su adolescente tiene derecho a la privacidad. Más allá de las preocupaciones que usted tenga, debe respetarle ese derecho.
5. Aprenda a vivir con los altibajos emocionales de su hijo, sin preocupación excesiva. A veces ellos no logran ver la realidad. Así que deles tiempo para que crezcan con sus errores.
6. Deje de actuar como si tuviera siempre la razón. Muéstrese humano, no perfecto.
7. Deje que su hijo tome decisiones. Sobreprotegerlo sólo le hará daño y lo convertirá en inseguro. Sus miedos, no tienen porque se los de él.
8. Cuando se trate de responsabilidades, sea justo, firme, explícito y consecuente.
9. Estimule a su hijo para que descubra sus talentos y apóyelo a usarlos.
10. Comparta con sus hijos sus metas, ideas y valores, sin imponérselos.
11. Ante las crisis, préstele apoyo, y n lo culpe o critique.
12. Recuerde que elogios y recompensas resultan más provechosos que los castigos.
13. Hable con su hijo sobre los peligros del mundo, sin asustarlo innecesariamente.
14. Estimule a su hijo a que sea original y diferente de los demás.
15. Explique a su hijo que la vida tiene momentos desagradables, desilusiones, errores y pérdidas, sin dejar de mostrarle el lado bueno, de la esperanza y el mérito.
Finalmente, es importante que el adulto comprenda que lo que motiva al adolescente no es el regaño, sino el modelaje positivo que dan sus padres o representantes. Decirle a un joven que no fume mientras fuma quien se lo dice, es algo absurdo. En realidad, para entenderse con un adolescente, se requiere paciencia, comprensión y habilidades de persuasión. Gracias por leerme.